Anna Lagos: ¿Por qué optó por presentarse como traductor en lugar de autor?
Andrea Colamedici: El ‘traductor’ es una metáfora. Sí, soy el traductor, pero no en el sentido literal. Lo soy porque traducir (del latín tradere) significa transportar, y eso es lo que hago: transportar algo. Sin embargo, el libro lo escribí yo en italiano; no lo traduje del chino —no sé chino— ni del inglés (ese era el otro idioma de Jianwei Xun en la ficción, pues él es un personaje hongkonés que escribía en inglés). Jianwei Xun es una figura liminal: un encuentro entre Oriente y Occidente, un punto donde chocan culturas. Y esa es la oportunidad: entender que debemos encontrarnos en estos espacios extraños que son la IA. Podemos hacerlo, pero con cautela y valentía. Sé que suena paradójico, pero así debemos expresar nuestra conexión. Ser traductor aquí es también ser traductor de una oportunidad histórica: la de reflexionar sobre lo que hacemos. Si no reflexionamos esto, seremos meros sujetos pasivos. Hay que problematizarlo. No podemos decir solo ‘IA, dame, dame, dame”. Como ya dije, no debemos ser ni tecnoentusiastas que aceptan todo sin crítica, ni tecnófobos, pues no podemos vivir sin tecnología hoy. La IA llegó para quedarse, pero debemos entenderla: es una oportunidad para vivir con más profundidad. Y hay que aprovecharla.
Anna Lagos: Si la IA puede simular una filosofía convincente, ¿qué queda para la autoría humana? Usted me ha dicho mucho: “debemos pensar, debemos ser críticos con esto”. Entonces, ¿cuál es el camino para el intelectual tal como lo conocemos?
Andrea Colamedici: Esta es una pregunta hermosa, porque, si la IA puede dibujar mejor que nosotros, si puede conducir mejor, si puede hacer música mejor que nosotros… ¿qué hacemos aquí? Pero este es un problema que debemos mirar desde otro ángulo, no desde la perspectiva neoliberal que convierte la vida en una competencia donde, si no soy el primero, soy un perdedor. No es así. Debemos buscar nuestra propia realización personal, encontrar la manera de expresarnos, con o sin IA. ¿Qué importa si alguien puede dibujar mejor que yo? No es lo importante.
Lo relevante es que yo pueda dibujar mejor [que yo mismo], mejorar mis capacidades —con IA, con otra persona (recomiendo con personas, pero si necesitas IA, tampoco es un problema)—. El gran problema de la humanidad es esta obsesión por ser los primeros, por estar en el centro. Pero la ciencia ya nos demostró en el siglo XIX que no estamos en el centro del universo, sino en una esquina remota de la Vía Láctea. Tampoco somos el centro de la vida en la Tierra: más del 99% de la biomasa son plantas, árboles, otras formas de vida. Somos tan pequeños… y llevamos muy poco tiempo aquí, apenas 200,000 años. Piensa en un pino, en otras especies, en una gallina, que es mucho más antigua que nosotros. Incluso dentro de nosotros mismos: no somos una unidad, no estamos en el centro de nuestro ser. “Somos muchos, una multitud”, como decía Walt Whitman. Y ahora tampoco somos la especie más inteligente del planeta. Esto no tiene por qué ser una tragedia; podría ser una liberación.
Anna Lagos: Hablemos sobre esa ‘hipnocracia’. ¿Por qué eligió ese título para su obra? Y ya que estamos, profundicemos en el tándem Trump-Musk que usted analiza en el libro.
Andrea Colamedici: Sí, hablé de ‘hipnocracia’ porque lo que está ocurriendo no es un poder que actúa sobre los cuerpos, ni siquiera sobre las mentes, sino sobre el estado de conciencia. Esto es lo que nos está pasando: están manipulando, mediante algoritmos, nuestra forma de percibir el mundo. Y eso es lo verdaderamente peligroso. Cuando usamos un smartphone y redes sociales, creemos estar conectados. Leemos periódicos, pero recibimos una línea temporal personalizada que nos devuelve una realidad a medida.
Esto es gravísimo: pensamos que habitamos el mismo mundo que los demás, pero nuestra realidad se moldea según nuestros sesgos, opiniones y posiciones políticas. Necesitamos contacto con quienes piensan distinto, pero estas burbujas de filtro y cámaras de eco solo nos muestran nuestro propio reflejo. Debemos tender puentes con lo desconocido, con lo diferente. Si no, caminamos hacia la guerra civil: el otro se convertirá en una amenaza, cuando en realidad es, ante todo, un misterio —un posible tesoro—. Ese debería ser nuestro primer pensamiento al enfrentar la diferencia. Hoy, Trump y Musk multiplican realidades con IA. Esta tecnología nos permite crear infinitas narrativas, versiones paralelas del mundo, y ellos juegan con eso. Ya no se trata de ocultar la verdad quitándola de la mesa, sino de llenar la mesa de mentiras hasta ahogarla.
Anna Lagos: ¿Puede la IA tener un punto de vista auténtico, o la hipnocracia simplemente recicla pensamientos humanos a través de algoritmos? ¿Cómo definiría esta conexión?
Andrea Colamedici: Esta es otra gran pregunta, porque aquí hay una paradoja: la hipnocracia nace de mi punto de vista humano —sin él, no existiría—, pero al mismo tiempo, yo no podría haber generado este concepto sin la IA. Es una codependencia creativa: igual que necesitaría una conversación con otra persona para desarrollar una idea, necesité ese diálogo con la inteligencia artificial. La IA no vive por sí misma —requiere prompts, estímulos—, mientras que los humanos pensamos autónomamente. Pero precisamente por eso debemos entender qué es la IA: si no la respetamos como lo que es (una herramienta), terminaremos degradando nuestra humanidad. Pongo un ejemplo: si acostumbramos a decir ‘Alexa, apaga la luz’ con tono impersonal, acabaremos hablando igual a nuestra pareja o amigos. No digo que debamos agradecerle a Siri como si tuviera sentimientos —no los tiene—, sino que debemos preservar nuestra capacidad de expresar bondad en el mundo real.