“Ethics washing” es un término que describe la apropiación, por parte de empresas y organizaciones, de discursos éticos o valores como la equidad y la transparencia, sin que exista un compromiso real por implementar dichas prácticas, limitándose a una mera fachada. Este fenómeno adquiere especial relevancia en un contexto donde, aunque los titulares de noticias se centran en temas como migración, aranceles y seguridad, hay una agenda que no debemos perder de vista: la tecnológica.
En este ámbito, la ética y la transparencia son cruciales para garantizar un desarrollo tecnológico responsable y alineado con los intereses de la sociedad. En la inauguración presidencial, una de las imágenes que más llamó la atención fue la de la presencia de los directores y fundadores de las principales empresas tecnológicas, sentados en primera fila, incluso por delante de algunos miembros del gabinete.
Esto deja un mensaje claro: la administración de Trump tendrá una relación cercana y estratégica con Silicon Valley. Para quienes trabajamos en el desarrollo y uso responsable de tecnologías de frontera, este acercamiento genera preocupaciones. Porque tanto Donald Trump, como su Vicepresidente J.D. Vance, han declarado abiertamente que no habrá regulación para la inteligencia artificial (IA) ni para otras tecnologías, argumentando que esto pondría en desventaja a Estados Unidos en la carrera tecnológica con China.
Esto quedó en evidencia cuando apenas unas horas después de regresar a la Casa Blanca, Trump derogó la Declaración de derechos relativos a la IA y la Orden ejecutiva sobre IA segura y confiable impulsadas por el Ex-presidente Joe Biden. Aunque estos documentos no eran propuestas regulatorias en sí mismas, incluían disposiciones clave como valores para guiar el desarrollo y uso de la IA, así como normas para la marca de agua en contenidos generados por estos sistemas, medidas contra la suplantación de identidad y los deepfakes, y evaluaciones de riesgos en áreas como ciberseguridad y la energía nuclear.
Esto pone en evidencia la priorización de la innovación por encima de la salvaguarda de los derechos y las libertades de las personas.
Es aquí donde surgen las preocupaciones. La regulación no es la panacea pero las acciones recientes de algunas grandes tecnológicas, como el desmantelamiento de los verificadores de información, demuestran que la autorregulación tampoco es la solución. Con esto entra en juego un concepto que no nos hemos podido sacar de la cabeza, sobre todo, en los últimos días: “ethics washing”. Es un fenómeno similar al “pink washing” o el “green washing” que se refiere a la apropiación por empresas y organizaciones de discursos éticos o de valores de equidad y transparencia, cuando en realidad su interés por implementar esas prácticas queda en pura fachada.
En la última década, alrededor del mundo, hemos visto un aumento de iniciativas sobre ética en IA provenientes de gobiernos, academia, sociedad civil e industria. Pero muchos de estos esfuerzos no nacieron de un compromiso genuino, sino como reacción a escándalos que comprometieron la confianza pública hacia ciertas empresas. Por un tiempo caímos en la trampa, ya que realmente creímos que algunas empresas estaban desarrollando estas iniciativas para crear tecnología más responsable. Pero más allá de nuestra decepción, este fenómeno pone en riesgo la credibilidad de los marcos éticos en tecnología y nos obliga a preguntarnos: ¿realmente estamos avanzando hacia un futuro más justo o sólo estamos construyendo una ilusión? ¿O solo es Ethics washing?
México enfrenta su propio desafio
Mientras tanto, México enfrenta su propio desafío en esta carrera tecnológica. Según algunos rankings como el Government AI readiness Index pasamos de estar en primer lugar a nivel regional y 22 a nivel global en 2018, a caer al octavo lugar en la región y al 77 a nivel global. Este retroceso se debe principalmente a una falta de sentados en primera fila, lo cual se puede ver en la limitada participación del gobierno federal en el desarrollo y la gobernanza de la IA en los últimos años. Sin embargo, con la llegada de la nueva administración liderada por Claudia Sheinbaum, existen señales de un posible interés por la tecnología digital y su potencial para transformar diferentes sectores en el país.
Con este renovado interés en la tecnología, México tiene una oportunidad estratégica de posicionarse como un socio tecnológico clave, en áreas como los semiconductores一 esenciales para el desarrollo de sistemas de IA. Si el país apuesta por políticas que fortalezcan su manufactura avanzada y su industria de semiconductores一aprovechando su ubicación estratégica y su red de tratados de libre comercio一podría consolidarse como un actor fundamental en la cadena global de suministro tecnológico.
Además, nuestro ecosistema de innovación y tecnología, que ha ido tomando fuerza en los últimos años, junto con esfuerzos crecientes en I+D, le permitirían desempeñar un papel más relevante en el desarrollo y uso de la IA a nivel global (UNESCO, 2024).
Pero para lograr este potencial tenemos que ser proactivos. No podemos limitarnos a ser espectadores, esperando que otros países definan nuestra agenda. México necesita una visión clara, empezando por una estrategia nacional que guíe las prioridades. Para ello, es crucial responder preguntas como: ¿Qué papel debe jugar México en el ecosistema global de la IA? ¿Cuál es nuestra visión para su desarrollo y aplicación? ¿Dónde queda la perspectiva responsable? Estas respuestas serán la base para construir una agenda tecnológica alineada con nuestros valores y necesidades.
Regresando a nuestros vecinos del norte, el enfoque de Estados Unidos一queramos o no一 tiene un impacto en el papel de México en el ecosistema global de la IA y otras tecnologías. Sin embargo, otro de nuestros retos no será sólo equilibrar esta influencia, sino, no cerrarnos a otras oportunidades internacionales.
Frente a los rápidos cambios que estamos teniendo a nivel política y a nivel tecnológico, la pregunta no es si México debe o no formar parte de esta carrera tecnológica, sino cómo lo hará ¿Seremos reactivos a agendas externas o asumiremos el liderazgo, diseñando una agenda propia que impulse la innovación sin perder de vista un futuro inclusivo, justo y sostenible?