En una de sus numerosas y mediáticas órdenes ejecutivas, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, propuso cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América, una denominación que él calificó de “muy bella”. “Vamos a cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América, que es bello y abarca mucho territorio. Qué nombre tan bello, y tan apropiado”, declaró el 7 de enero ante los medios, en la que prometió una “nueva etapa dorada para Estados Unidos”. “En poco tiempo vamos a cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América”, anunció Donald Trump de nuevo en su discurso inaugural de este lunes 20 de enero, desatando lo mismo aplauso que risas.
Pero, la propuesta de Donald Trump no es ociosa ni trivial. Nombrar es apropiarse. Más allá del asunto de derecho internacional, este tipo de propuestas tocan un nervio sensible en cuanto a la historia y la identidad, ya que el acto de cambiar un nombre implica, en muchos casos, reescribir una narrativa y redefinir la relación que los pueblos tienen con ese espacio.
Golfo de México, un nombre eurocéntrico
“Hay que tener en cuenta que los nombres que se han dado a muchos de estos lugares, incluido el Golfo de México, son eurocéntricos. No prehispánicos. Uno de los primeros nombres registrados para la región fue “Seno de México”. Este término fue utilizado por exploradores como Francis Drake, un pirata inglés, quien comenzó a llamar al golfo “Golfo de México”. Sin embargo, es importante destacar que Drake no se estaba refiriendo a México como nación, sino a la Ciudad de México, que ya había sido tomada por los españoles y era un símbolo de su dominio colonial. Así, el nombre “Golfo de México” refleja una visión de la región vista desde la perspectiva europea, donde la referencia geográfica estaba centrada en la ciudad y no en las culturas originarias”, explica a WIRED en Español, el Maestro en Historia por la Universidad Iberoamericana Xavier Elorriaga Villalobos.
De hecho el nombre de “México” no existía. Originalmente, la ciudad se llamaba Tenochtitlán. Fue así como los colonizadores comenzaron a llamar “México” a la ciudad, en referencia a los mexicas que la habitaban. Este nombre refleja, en cierto sentido, una apropiación eurocéntrica, aunque también se puede ver como un reconocimiento indirecto a los mexicas.
Ante la propuesta de Trump, Claudia Sheinbaum proyectó en su conferencia un mapa de 1607 que mostraba el territorio del norte de México y parte de Estados Unidos fusionados. “¿Por qué no le llamamos ‘América mexicana’? Suena bonito, ¿no? Desde 1607, la Constitución de Apatzingán hablaba de América mexicana. Entonces, ¿por qué no llamarlo así?”, comentó la presidenta.
Sheinbaum también recordó que el Golfo de México es reconocido y ha sido registrado oficialmente por instituciones internacionales. “Creo que al presidente Trump le dieron información equivocada, haciéndole creer que en México aún gobernaban Felipe Calderón y García Luna. Pero no es así. En México, el que gobierna es el pueblo”, expresó Sheinbaum.
En la conferencia de la presidenta, José Alfonso Suárez del Real, historiador y asesor político de la Coordinación de Comunicación, explicó los orígenes del nombre del Golfo de México en respuesta a Trump. “Desde el siglo XVII, el Golfo de México, ubicado entre la Florida y Yucatán, se reconoce como un punto clave para la navegación. Además, el término ‘América mexicana’ ya existía antes de que los primeros colonos llegaran a Virginia, es decir, a finales de 1607”, precisó Suárez del Real.
Seno de México, el nombre de la época
El Golfo de México también fue llamado “Seno de México” en algunos mapas antiguos. “Los nombres geográficos de la época no solo servían para identificar territorios, sino principalmente para fines de navegación. A menudo, no reflejaban una verdadera delimitación territorial; los mapas europeos de la época solo señalaban ciudades, sin una clara división política o territorial. De hecho, las fronteras no estaban tan bien definidas y dependían de acuerdos convencionales”, explica a esta revista Xavier Elorriaga Villalobos, profesor de la Universidad Rosario Castellanos. “Es interesante notar que, aunque el nombre “Golfo de México” fue adoptado más tarde, en los primeros mapas se usaban términos como “Golfo de Nueva España”. Fue solo en el siglo XIX, después de que las naciones empezaron a delimitar sus fronteras, cuando se consolidó el uso del término “Golfo de México”.
Estos nombres eran, en su mayoría, referencias geográficas prácticas, y el término “Golfo de México” perduró por conveniencia. A pesar de las disputas territoriales y los cambios de dominio, como la venta de Luisiana de los franceses a los españoles y luego a los estadounidenses, el nombre se mantuvo.
El acto de nombrar, un acto de apropiación
Los europeos le dieron el nombre de América a lo que ellos querían ver, pero lo hicieron a través de su propia visión del mundo. En ‘La invención de América’, Edmundo O’Gorman reflexiona sobre cómo la noción de “América” fue un constructo europeo, es decir, fue algo creado por los europeos tras su contacto con el continente. O’Gorman sostiene que América no existió como concepto geográfico o cultural antes de la llegada de los europeos. Lo que los europeos hicieron, según O’Gorman, fue “inventar” América: reconfiguraron todo lo que encontraron y lo adaptaron a sus propias categorías, ideas y necesidades.
“El problema con los europeos es que tienden a ver todo desde la semejanza, y les cuesta mucho aceptar la alteridad, la diferencia. Esto los lleva a nombrar y conceptualizar todo en función de sus propias referencias, adaptando lo desconocido a lo familiar, explica a WIRED Xavier Elorriaga Villalobos. ”El reto para ellos era entender lo ajeno, lo distinto, sin poder referirse a sus propios marcos conceptuales. En este sentido, el acto de nombrar no solo era una cuestión de identificación, sino de apropiación, una forma de hacer lo extraño más comprensible y manejable desde su perspectiva”.
De hecho, el nombre de “América” no surge como un nombre autóctono ni como una palabra que existiera previamente en las culturas indígenas. Es un nombre impuesto por los europeos, derivado de Américo Vespucio, un navegante italiano, y con la idea de que, al ser un continente desconocido, necesitaban un nombre para identificarlo. Este “nuevo” continente no solo fue descubierto físicamente, sino reconstruido en la mente de los europeos según su visión del mundo. El concepto de la “invención de América” tiene grandes implicaciones tanto para el estudio de la historia como para la reflexión sobre la identidad y la colonización.
Lo interesante es cómo en regiones como México y Perú se dio una suerte de mestizaje cultural, especialmente en los nombres. Así, en muchos lugares encontramos una mezcla de nombres indígenas, europeos y, en algunos casos, híbridos. “Esto es claro, por ejemplo, en nombres como “Teotihuacán”, que conserva su identidad indígena, o “San Bartolomé de las Casas”, que refleja la imposición de la visión cristiana española. En muchos casos, aparecen nombres como “San José de las Pirámides”, que muestran el sincretismo entre lo local y lo europeo”, explica Elorriaga Villalobos.
Este fenómeno también se puede observar con el Golfo de México. Al principio, los españoles lo llamaron Golfo de México, pero luego lo rebautizaron como Golfo de Nueva España. En ese momento, no existían convenciones internacionales para la nomenclatura, por lo que cada grupo imponía el nombre que más le convenía según su propia visión del mundo. No se trataba tanto de una cuestión de propiedad, sino de un acto de referencialidad, de asignar un nombre que tuviera sentido dentro del sistema cultural y político de quien lo nombraba.